Nuestro mar interior
- Sandra Verástegui
- 22 oct
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 23 oct

El otro día me pidieron una tostada y me dijeron que no le pusiera sal. Por curiosidad pregunté por qué. "Porque la sal retiene líquidos", me dijo. Yo durante años pensé lo mismo, ¿quién no? Nos han educado y bombardeado con lo de siempre: que la sal es mala, que te hincha, que hay que reducir su consumo, que te sube la tensión... Pero si nos paramos un segundo y usamos el sentido común, vemos que hay algo que no cuadra.
En ese momento no me pude detener a explicar por qué ese concepto es totalmente erróneo, así que me pareció interesante traer este tema a La Favorita. Además, tenía ya de por sí muchas ganas de compartirlo con vosotros, quienes seguramente como esta persona o como yo hace años, pensaba lo mismo. Y no es que quiera llevar la contraria o ser "antisistema": no lo digo yo, lo dicen los libros de fisiología y el cuerpo cuando lo escuchas.
Nos pasamos la vida huyendo de la sal y seguimos cansados, hinchados y privando al cuerpo de lo que nos da vida. Nos enseñaron que el cuerpo necesita agua, pero nadie nos explicó que en el cuerpo no existe ni una sola gota de agua sin sal. Venimos del mar y llevamos ese mar dentro. A correlación de esto último, otro día nos extenderemos más sobre ello. Hablaremos sobre el cuerpo vegetal, el cuerpo animal y el cuerpo del Yo. También de biotipos. Creo que os va a gustar y a sorprender bastante. Pero de momento, nos vamos a centrar en que el agua, sin sus minerales, no hidrata: apaga. Aunque suene contradictorio. ¿Os suena un vídeo que se hizo muy viral de una chica que decía que el agua deshidrata más que hidrata? Fui la primera en reírme al escuchar semejante afirmación. Hoy, años más tarde, debo darle la razón y aunque no la conozco en persona, le pido disculpas por la soberbia de creer falso algo que ni siquiera había investigado. Por juzgar sin saber. Quizás sus palabras no fueron las más acertadas sin explicar todo el contexto, pero no iba mal encaminada.
Nos pasamos los días bebiendo litros y litros de líquido sin sed, creyendo que "limpiamos" cuando en realidad estamos ahogando al cuerpo. La sal no retiene líquidos: los ordena. Le da dirección al agua. Hace que el corazón lata, que el cerebro piense, que las células se entiendan. Pero como siempre, vamos a desglosar todo esto.
El problema es que confundimos hidratar con beber agua. Hidratarse no es llenar el cuerpo de líquido: es mantener su equilibrio hidroelectrolítico, es decir, mantener el equilibrio entre agua y minerales. Como os he dicho al principio, en nuestro cuerpo no existe agua sola, es imposible. Toda el agua que tenemos está cargada de electrolitos —sodio, potasio, cloruro, bicarbonato— y eso es lo que permite que exista vida, porque la vida es, al final, electricidad. Y el agua por sí sola, no conduce electricidad alguna. Necesita sal. A eso me refería antes cuando decía que el agua sin minerales apaga: lo hace literalmente. El cuerpo deja de transmitir de manera eficiente los impulsos eléctricos. El cerebro piensa gracias a una descarga eléctrica. El sistema nervioso se comunica a través de corrientes diminutas de electricidad que solo pueden fluir si hay sales minerales que las conduzcan. ¿Por qué vamos a eliminar lo que nos da vida? ¿Vosotros le veis sentido? Yo no.
Por eso, durante un ejercicio intenso —como las maratones, un triatlón o los entrenamientos de larga duración—, el cuerpo pierde agua y electrolitos a través del sudor. Si solo nos limitamos a engullir agua —lo que suelo denominar "agua muerta"— sin añadir sal, la concentración de sodio en sangre empieza a bajar. Y puede bajar tanto que pone en riesgo la vida. ¿Habéis escuchado en las noticias casos de deportistas que en plena carrera sufren un paro cardíaco? No mueren por deshidratación, sino por hiperhidratación con hiponatremia: el exceso de agua diluye el sodio en sangre, el equilibrio osmótico se rompe, el agua entra en exceso en las células y éstas se hinchan. Cuando eso ocurre en el cerebro, se produce un edema cerebral; cuando ocurre en el corazón, puede hacer que pierda su ritmo natural causando arritmia. Algo que puede tener un fatal desenlace. El sistema nervioso, que depende del flujo eléctrico que generan los minerales, deja de conducir los impulsos correctamente, pudiendo colapsar. Como ya os podéis imaginar, no es falta de agua: es falta de equilibrio.
Si nos detenemos un momento a pensar.... cuando vamos al hospital enfermos ¿qué es lo primero que te ponen en vena? Suero. ¿De qué se compone ese suero? Efectivamente: sodio = sal. ¿Cuando pillamos gastroenteritis qué nos manda el médico? Suero oral. Ahora reflexionemos... si la sal fuese tan mala ¿por qué es lo primero que te dan cuando tu cuerpo se descompensa? Porque el suero imita la composición de tu propio cuerpo. Lo llaman "fisiológico" porque tiene aproximadamente la misma proporción de agua y sal que la sangre: 9 gramos de sal por litro de agua. Así que no, el problema no es la sal, es haberla separado del agua.
Nuestro cuerpo está perfectamente diseñado para mantener esa proporción con precisión milimétrica. Es el riñón quien se encarga de eso, ajustando constantemente cuánta agua y cuánta sal se eliminan. Pero cuando pasamos años bebiendo agua sola y evitando la sal —siguiendo el marketing de "mineralización muy débil" que nos han metido con calzador—, lo forzamos a trabajar al límite: tiene que retener agua para no perder el poco sodio que le queda, intentando mantener su equilibrio interno.
Ese mecanismo se llama ósmosis y es lo que regula el intercambio entre el interior y el exterior de las células. Si en la sangre hay muy poco sodio, el cuerpo "retiene" agua para evitar seguir diluyéndolo aún más. No lo hace por capricho, sino por supervivencia. Por eso, cuando después de mucho tiempo de carencia le vuelves a dar sal a tu cuerpo, éste la absorbe con fuerza y la retiene temporalmente, como quien ha pasado sed y por fin recibe agua. No es una hinchazón patológica: es el cuerpo rehidratándose desde dentro, reconstruyendo su equilibrio. Esa supuesta "retención" es en realidad el primer paso hacia la desinflamación real y la salud. Pero aviso a tripulantes: durante ese reajuste podemos pasar por lo que se conoce como crisis curativa. Es el proceso natural en el que el cuerpo se adapta, libera lo que sobra y vuelve a encontrar su punto. Puede venir acompañada de una retención momentánea, dolor de cabeza, cansancio, diarrea, cambios en la orina... Nada de eso es retroceso, es sanación. Es el cuerpo equilibrando su propio mar interno.
La Organización Mundial de la Salud recomienda no superar los 5 gramos de sal al día, pero al mismo tiempo nos dice que bebamos dos o tres litros de agua. Si haces las cuentas, no hay por dónde cogerlo. ¿Recordáis los 9 gramazos por litro que lleva el suero fisiológico? Digo poquitas cosas, pero yo creo que se me entiende. No es que la OMS esté "equivocada" en los números, es que vuelve a mirar al cuerpo como si funcionara por cantidades absolutas, cuando en realidad todo depende de proporciones. No importa cuánta sal ni cuánta agua tomes, sino la relación que existe entre ambas.
Y ahí está la raíz del problema actual. No es que la gente tenga "falta de agua", sino todo lo contrario: vivimos en un estado de hiperhidratación con hiponatremia crónica, es decir, exceso de agua y falta de sodio, como he mencionado anteriormente. Y claro, el cuerpo se queja. Aparecen síntomas que ya casi hemos normalizado y seguramente te suenen de algo: cansancio constante, insomnio, migrañas, piel apagada, caída de pelo, ansiedad, alteraciones hormonales, fibromialgia, celulitis... podría seguir con un sinfín más de patologías. Y sí, has leído bien: celulitis. Aguna vez he escuchado eso de "me gustaría perder grasa para eliminar la celulitis" pero estamos equivocados. La celulitis no es un problema relacionado con la grasa, es un problema relacionado con el agua. Aunque nos hayan hecho pensar lo contrario.
Dicho todo esto, falta desmitificar otra de las grandes creencias: "la sal sube la presión". De hecho, es lo primero que te quita el médico cuando tienes valores altos. Sí que es cierto que puede subir momentáneamente cuando reintroducimos la sal después de mucho tiempo de carencia, pero no porque la sal sea peligrosa, sino porque el cuerpo necesita tiempo para reajustar sus mecanismos de regulación. Es una respuesta transitoria, no un daño. A largo plazo, lo que realmente altera la presión no es la sal, sino el exceso de azúcar. Cuando el cuerpo tiene pocos minerales —sobre todo sodio, magnesio y potasio—, pierde energía eléctrica. Y como necesita seguir funcionando, busca un estímulo rápido: el azúcar. Por eso aparecen esos antojos, esa necesidad de algo dulce. No es gula y no es que seas un gocho, es falta de minerales. El problema es que el azúcar, en lugar de resolverlo, lo agrava. Deshidrata, porque para procesarse necesita grandes cantidades de agua y además, obliga a los riñones a eliminar el exceso junto con minerales valiosos. Inflama, porque altera la insulina y el cortisol, dos hormonas que retienen líquido fuera de las células mientras las dejan vacías por dentro. Y todo eso hace que el corazón trabaje con más esfuerzo: la sangre se espesa, los vasos se tensan y es ahí donde la presión realmente se eleva. Así que no, la sal no es la que te sube la tensión. Es un cuerpo agotado, falto de minerales y sobrecargado de azúcar el que vive en tensión constante.
Si no que se lo digan a mi padre, que fue mi conejillo de indias. Tenía la tensión alta y como suele pasar, le recetaron pastillas para controlarla y le dijeron lo de siempre: "nada de sal". Cuando lo supe, le pedí que no las tomara todavía, que me dejara probar algo distinto. Le propuse cambiar la alimentación, mejorar el estilo de vida y, por supuesto, incorporar la sal. Una sal celta, sin refinar. Yo sabía lo que hacía, pero entiendo que para alguien que ha escuchado el mismo cuento toda la vida, suena a locura. Sin embargo, confió en mí con los ojos cerrados. Creyó en todo ese popurrí de conocimientos sobre salud que he ido adquiriendo estos años a base de prueba y error y demasiadas horas de estudio y de lectura. Como resultado de aquello, a día de hoy mi padre tiene unos valores de tensión normales, más de 20kg perdidos, mejor calidad de vida, ya no usa la máquina de la apnea del sueño para dormir y a veces, hasta tiene más energía que yo. Así que gracias papá, por confiar y por dejarte guiar por mí, a pesar de lo muchísimo que me queda por aprender.
Seguramente habrá profesionales de la salud que no estén de acuerdo con todo esto, y está bien. Cada uno habla de lo que ha estudiado, vivido o comprobado. La medicina moderna me parece maravillosa y terca a partes iguales. No pretendo ofrecer la panacea de la salud en estas entradas, solo invitar a cuestionar, a no dar por cierto todo lo que se nos impone.
Yo solo comparto lo que he aprendido observando, estudiando, leyendo y sobre todo, experimentando conmigo misma, a base de prueba y error. Porque cuando uno entiende un poco cómo funciona el cuerpo y de dónde venimos, se da cuenta de que esto no tiene nada de magia: es pura lógica biológica. Solo hace falta detenerse un momento y atreverse a mirar más allá de lo "normalmente establecido".
No se trata de empezar a comer sal a cucharadas ni de preparar botellas con sal sin medida. Se trata de volver a escuchar al cuerpo, de encontrar la proporción que a cada uno le equilibra. De beber cuando tengamos sed, no cuando la moda te diga que a las seis de la tarde ya deberías haber vaciado tu garrafa de dos litros con frases motivadoras en el lateral.
El cuerpo no necesita tendencias. Necesita atención.
—La Favorita





