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¿Y si las calorías no lo fueran todo?

  • Foto del escritor: Sandra Verástegui
    Sandra Verástegui
  • 4 sept
  • 6 Min. de lectura
Huevo frito colgado de una pinza de ropa con la yema chorreando

Somos la primera generación en la historia de la humanidad que cuenta calorías. Piénsalo un momento. ¿Te imaginas a un humano hace cientos de miles de años rechazando una pieza de carne porque “está en déficit calórico”? ¿O sentándose al fuego en la noche preocupado porque no ha llegado a sus calorías diarias en su “etapa de volumen”? Absurdo, ¿verdad? Y sin embargo, aquí estamos: contando, sumando, restando, midiendo… como si la salud fuera una ecuación matemática perfecta.


Durante años, la industria alimentaria, la cultura de la dieta y las modas fitness nos han hecho creer que las calorías lo son todo. Que si comes más de las que quemas, engordas; y si comes menos, adelgazas. Como si fuéramos máquinas. Pero la realidad es mucho más compleja. Somos sistemas vivos, emocionales, hormonales, biológicos y, por encima de todo, humanos. La calidad del alimento, su efecto metabólico, cómo afecta a tus niveles de glucosa, a tu inflamación, a tu salud intestinal… todo eso queda fuera cuando solo miras un número.


Pero ¿qué son realmente las calorías? ¿Alguna vez te has preguntado por qué un par de galletas y un par de huevos pueden tener la misma cantidad de calorías?


Para medir cuántas calorías hay en un alimento, los científicos utilizan un calorímetro. ¿El truco? Hay que quemar el alimento y medir cuánto calor produce. Así que cuando decimos que un alimento tiene “X” calorías, en realidad estamos hablando de su capacidad para generar calor, no de lo que realmente hace en nuestro cuerpo.


Por lo tanto, aunque el par de galletas y los huevos pueden generar la misma cantidad de calor al ser quemados, su efecto en nuestro cuerpo es completamente diferente. Las galletas, llenas de azúcares y grasas poco saludables, pueden provocar picos de glucosa y, a la larga, inflamación y aumento de grasa corporal. En cambio, los huevos, ricos en proteínas, grasas saludables, colina y otros nutrientes esenciales, pueden favorecer la salud metabólica, saciar durante más tiempo y aportar beneficios reales a nivel celular.


Contar calorías sin entender el contexto es como juzgar un libro solo por el número de páginas. No digo que las calorías no importen. Digo que no son lo único que importa.


Y que, de hecho, cuando solo te centras en ellas, puedes acabar desconectándote por completo de tu cuerpo: de sus señales, de su hambre real, de su saciedad, de su necesidad de descanso o de movimiento.


Ahora bien, la mayoría de veces, el propósito de contar calorías es con el objetivo de bajar de peso, quitarnos "esa grasita" que tanto nos molesta y que muchas veces nos incomoda frente al espejo. Pero antes de seguir, me gustaría explicarte brevemente por qué acumulamos grasa. Estoy segura de que ya lo sabes, pero rara vez lo pensamos en frío, porque nos cuesta verla como algo útil o inteligente. Y sin embargo, el cuerpo no actúa sin motivo.


La grasa corporal es una reserva de energía. Una estrategia de supervivencia que ha permitido que el ser humano —y otros muchos mamíferos— sobreviva durante milenios en condiciones de escasez. Es nuestro fondo de emergencia biológico y también nuestro respaldo diario, ya que se trata de un combustible estable y constante. Una despensa interna que nos permite mantenernos activos, pensar, movernos y vivir incluso cuando no disponemos de alimentos. Como el oso que engorda antes de hibernar: no es un fallo, es una genialidad biológica.


El problema hoy no es la grasa en sí. El problema es que vivimos en la era de la sobreabundancia y la desconexión. Comemos sin hambre, por costumbre, por ansiedad o por pura adicción a ultraprocesados diseñados para no poder parar. Vivimos rodeados de productos que imitan comida, con etiquetas bonitas y sabores que secuestran nuestras papilas gustativas, haciendo que la comida más natural no nos resulte tan atractiva. Todo está al alcance de la mano, a todas horas. Ya no acumulamos grasa por supervivencia, sino por desequilibrio metabólico, emocional y social. Estamos más sedentarios, más inflamados, más enfermos... aunque con más información que nunca. El cuerpo sigue haciendo lo que ha hecho siempre: protegernos. Solo que ahora lo hace en medio del caos. Y cuando el entorno está enfermo, el cuerpo responde como puede.


Así que, si pensabas que para perder peso solo necesitabas reducir las calorías, comprar todos los productos “bajo en grasa” o “light” del supermercado, déjame decirte que es hora de replantearse las cosas. Sobre la grasa os hablaré en otra entrada, porque va para largo. Pero déjame darte una pincelada importante: las personas que se enfocan en estabilizar sus niveles de glucosa pueden incluso perder más peso que aquellos que simplemente cuentan y recortan calorías. Y no es que lo diga yo: lo dicen cada vez más estudios científicos actuales que empiezan a mirar al cuerpo como un sistema complejo y adaptativo, no como una simple calculadora. La nueva literatura al respecto me resulta apasionante. Te invito a indagar en ella.


Cada vez que ingerimos alimentos que provocan picos de glucosa —especialmente azúcares y carbohidratos refinados—, el cuerpo libera insulina para equilibrar esos niveles. Esta hormona actúa como una llave: abre las puertas de las células para que entre la glucosa y se use como energía. Pero si esa energía no se necesita en el momento —porque no hay actividad física o las reservas ya están llenas— el exceso se almacena: primero como glucógeno y, si ya no hay más espacio, como grasa corporal. Es más, mientras haya insulina, tu cuerpo no accede fácilmente a las reservas de grasa porque entiende que hay energía inmediata disponible.


Por eso no se trata solo de cuántas calorias comes, sino de cómo afectan esas calorías a tu cuerpo. Porque la realidad es que no nos hace engordar una caloría de más. Nos hace engordar el desorden interno, el estrés crónico, los picos continuos de insulina, los niveles de cortisol elevados de manera constante, los ultraprocesados que disfrazan su toxicidad tras una tabla nutricional aceptable. Recordemos que nos venden cereales atascados de químicos artificiales, ingredientes que no se pueden ni pronunciar y grasas trans bajo un Nutri-Score A. Digo poquitas cosas, pero yo creo que se me entiende.


No es magia, es fisiología. Y cuanto más comprendemos estos mecanismos, más fácil resulta salir de esa relación tan disfuncional que nos han enseñado a tener con la comida y con nuestro cuerpo.


Estamos tan obsesionados con contar que hemos dejado de mirar lo que comemos. Leemos calorías pero ignoramos ingredientes. Con tal de que diga “light” o “0%”, damos por bueno un producto con una lista interminable de aditivos que sin duda alguna, no tendrías en tu cocina. ¿Cómo es posible que con tanto acceso a la información y tantos avances médicos, seamos también la sociedad más enferma de la historia? ¿En qué momento hemos dejado de saber cómo alimentarnos?


Y no, la solución no es contar menos, es escuchar más. Porque cuando empiezas a escuchar a tu cuerpo —de verdad— y le das lo que necesita, lo real, lo que lo nutre, lo que lo calma… entonces no necesitas vivir en guerra con tu plato. El metabolismo sana, la inflamación baja y tu cuerpo empieza a encontrar solo su equilibrio. Estar en tu peso deja de ser una lucha y se convierte en una consecuencia natural de estar bien. De estar sano. Nuestro cuerpo es una máquina perfecta, solo necesitamos comprender mejor cómo funciona, dejar de sabotear sus procesos y aprender a acompañarlo en lugar de intenter controlarlo.


Comer debería ser un acto de amor hacia uno mismo, no de castigo. No se trata de contar calorías, se trata de nutrir, de dar vida, de disfrutar y compartir alrededor de una mesa con los tuyos.


A ti, que durante años viviste contando cada bocado. Que medías, pesabas, temías.

Y que hoy, después de tanto camino, te permites disfrutar lo que un día te prohibiste. Esta entrada es para ti. Te quiero, te admiro y estoy muy orgullosa de ti.


También es para todos los que, de una forma u otra, están pasando por algo parecido. Si estás en ese punto en el que contar calorías se ha convertido en tu forma de vivir, déjame decirte que hay otra manera. Una más amable, más consciente y sobre todo, más humana. Ojalá esta entrada te haya hecho cuestionar, aunque sea un poco, lo que nos han contado.


Gracias por estar al otro lado.


—La Favorita

 
 

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