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Introspicio

  • Foto del escritor: Sandra Verástegui
    Sandra Verástegui
  • 13 nov
  • 4 Min. de lectura

Ilustración de una persona en equilibrio sobre una torre alta de piedras, de espaldas, en un cielo azul con nubes, simbólizando introspección y crecimiento interior

"Deberías cobrar una suscripción o algo, es un trabajazo lo que haces buscando y compartiendo información."

"¿No has pensado en publicar un libro? Te forrarías."

"Deberías montar una empresa con La Favorita y vender tus kombuchas y todas esas cosas raras que haces."

"Tía, si subieras más vídeos... al final te haces famosa."


¿Y sabéis qué? Mentiría si dijera que ver mi nombre y mis apellidos plasmados en un libro no es un sueño para mí. Que no fantaseo con la idea de ir a cualquier supermercado y poder comprar kombucha "La Favorita". O que ver millones de reproducciones en algunos vídeos no me pellizca de felicidad por dentro. Pero no es dinero ni fama lo que ansío. Hace tiempo comprendí que el apego a lo material solo pesa. Que hay un punto en la vida en el que entiendes que perder también puede ser una bendición, porque te deja desnudo frente a lo esencial. Cuando alguna vez lo pierdes todo —la salud, las fuerzas, las ganas, las certezas— aprendes a mirar de nuevo el mundo desde lo simple. Y de repente, lo simple se vuelve suficiente. Y de repente, lo suficiente se vuelve plenitud.


Es justo ahí, en ese desapego, cuando la vida te devuelve lo que soltaste, pero multiplicado. Porque cuando agradeces hasta el mínimo pestañeo de tu existencia —porque en algún momento casi lo pierdes— todo empieza a cobrar sentido. Y todo comienza a vibrar en la misma sintonía a tu alrededor. Es como si por fin encontraras tu emisora favorita después de tanto ruido buscando el canal adecuado. Simplemente quiero compartir el conocimiento que la vida me va dando. Sin más pretensión que esa. Siento que ese es el propósito que Dios tiene para mi vida. Si a alguien ayudo en el camino, no hay nada material que pague la satisfacción que siento.


Y no, no lo tengo todo resuelto. A veces me canso. A veces sigo peleando con mis sombras. A veces quiero tirar la toalla y desaparecer un rato del mundo. Pero luego me acuerdo de cuánto me costó llegar hasta aquí. De cuántas veces me caí y pensé que no me levantaría, y aun así lo hice. Y cada caída, aunque dolía, me enseñó algo que necesitaba aprender. Cada tropiezo tenía una lección escondida que hoy me permite comprender, acompañar y comunicar desde otro lugar. Tenía que vivirlo todo —lo bueno, lo malo y lo que dolía sin explicación— para poder hablar con verdad. Dios siempre tuvo un plan, incluso cuando renegaba de Él. Incluso cuando yo no lo entendía.


He aprendido que no hay atajos cuando se trata del alma. Que el crecimiento no siempre brilla; a veces duele, a veces se esconde en la penumbra, en la incomodidad, en la paciencia que nadie aplaude. Pero ahí, en mi silencio, lloví. Y germiné. Y entendí que la tormenta también puede ser un acto de amor.


Hoy valoro más la paz que la emoción. Prefiero el silencio de una tarde en casa, el olor del caldo en la cocina, estar rodeada de los míos, una conversación sincera o una oración que me devuelva al centro. Antes buscaba la intensidad, ahora busco la calma. Y cada día entiendo un poco más que la felicidad no es una meta, es un estado que florece cuando estás en coherencia con lo que sientes y con lo que haces. No quiero una vida perfecta, quiero una vida con sentido. Una vida que honre lo que soy, lo que creo y lo que amo. Si eso algún día se traduce en un libro, en una kombucha o en una marca, será porque tenía que ser. Pero si no, también está bien. Porque he entendido que no todo lo que deseamos está destinado a cumplirse, y aun así la vida sigue teniendo sentido. Que no necesito que mis sueños se materialicen para validar mi camino. A veces el verdadero regalo no es alcanzar lo que imaginas, sino convertirte en alguien capaz de sostener lo que ya tienes. Y cuando lo miras así, descubres que incluso lo que no llega te está enseñando algo.


Y sí, me falta mucho camino. Me faltan años de aprendizaje, de errores, de vida. Pero por primera vez no tengo prisa. Quiero vivirlo todo, saborearlo todo, sentirlo todo. Al final todo vuelve a lo mismo: nada de lo que realmente importa tiene precio. Lo material acompaña, pero no guía. El valor no está en lo que producimos, vendemos o mostramos, sino en lo que crece por dentro cuando nadie mira. En cómo atraviesas tus noches, en la forma en que agradeces tus días, en la entereza con la que sigues adelante incluso sin comprender el motivo. Tal vez ese sea el mayor tesoro: un alma ligera, sin obsesión por acumular ni temor a perder, confiando en que lo que es para ti sabrá encontrarte incluso con las manos vacías.


Por Su gracia soy lo que soy. Y si un día me pierdo, que sea mientras intento permanecer fiel al propósito que me trajo hasta aquí.


—La Favorita


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