De espaldas hacia delante
- Sandra Verástegui
- 17 sept
- 4 Min. de lectura

Volviendo al alma, esta semana os traigo otro cuento. Hay relatos que parecen pequeñas anécdotas sin importancia, pero que encierran más sabiduría que muchos libros enteros si te detienes un momento a mirar más allá. Los de Mulá Nasrudín son así: breves, irónicos, casi absurdos… y, sin embargo, personalmente me dejan una huella que me acompaña durante horas o incluso días.
No sé cómo estos cuentos llegaron a mí. No son de mi cultura ni crecí escuchándolos. Simplemente me encontraron, como suelen hacerlo las cosas que llegan justo cuando tienen que llegar. Me gustan porque desmontan lo “lógico”, lo “razonable” y lo que solemos dar por sentado. Nos invitan a girar la mirada, a considerar que lo evidente no lo es tanto. Y lo que más me atrae es que cada vez que los releo me regalan algo nuevo: lo que hoy me hace sonreír, mañana puede darme una bofetada de lucidez.
Por eso me gusta leerlos despacio, dejar que cada frase repose y me vaya abriendo preguntas. Pasar horas intentando dar mis propias respuestas. Y como sé que a veces lo que nos remueve a uno puede también resonar en otro, pensé que este cuento merecía estar aquí. Compartirlo en La Favorita es, en el fondo, compartir ese torbellino de reflexiones que despertó en mí, con la esperanza de que en ti también deje alguna semilla. Es breve, pero ahí os va:
Se cuenta que cierto día el Khan de Samarcanda le dijo a Nasrudín:
—La gente razonable siempre ve las cosas de la misma manera.
El Mulá, con esa mezcla de humor y picardía que le caracteriza, respondió:
—Y ese es precisamente el problema. Entre quienes se llaman “razonables” hay muchos que solo saben ver una única posibilidad, cuando en realidad siempre hay más de una.
El Khan, desconcertado, reunió a filósofos y sabios para que interpretaran aquellas palabras. Ninguno encontró sentido; todos lo tomaron por una tontería más de Nasrudín.
Al día siguiente, Nasrudín apareció montado en su burro. Pero no iba como cualquiera esperaría: estaba sentado al revés, mirando hacia la cola del animal. La gente se reía, murmuraba, lo señalaba. Él siguió su camino hasta el palacio, donde el Khan lo esperaba rodeado de consejeros.
—Decidme —preguntó Nasrudín— ¿qué habéis visto?
Todos respondieron sin dudar:
—Un hombre montado en un burro, del revés, con la espalda mirando al frente.
Nasrudín sonrió y, con calma, replicó:
—Ese es exactamente el punto. Todos asumisteis lo evidente. Nadie consideró que quizá yo voy en la posición correcta… y que es el burro el que camina al revés.
Y como añadiría mi sobrino: “colorín colorado, este cuento se ha acabado”. Ahora me toca a mí contarte el popurrí de pensamientos y reflexiones que me dejó rondando por dentro. Si al leerlo, a ti te ha resonado algo distinto, me encantaría saberlo. Siéntete libre de compartir conmigo a través de redes o el formulario aquello que te ha removido a ti. Dicho esto, me gustaría empezar por tres puntos, que en mi opinion, son claves:
La locura de lo “razonable”: “Entre quienes se llaman razonables hay muchos que solo saben ver una única posibilidad, cuando en realidad siempre hay más de una”. La razón puede volverse una jaula si solo permite una forma de ver el mundo. Por ejemplo, no podemos afirmar tajantemente que el cielo es azul y punto, porque a distintas horas del día puede ser rojo, violeta o gris. La realidad no cambia porque nosotros la ignoremos; cambia porque es viva, múltiple, porque no cabe en una sola etiqueta. Lo que Nasrudín nos quiere decir es que la sabiduría necesita flexibilidad mental, no solo lógica.
¿Quién está al revés realmente?: cuando dice que “quizá el burro es el que camina al revés”, lo dice para que la gente se esfuerce en considerar que su punto de vista no es absoluto. Es un dardo directo a nuestra manera de mirar. Porque lo fácil es quedarnos con lo evidente, en este caso, un hombre va sentado al revés. Pero lo evidente no siempre significa que sea lo verdadero. Vivimos tan convencidos de que nuestra perspectiva es la correcta, que olvidamos que no deja de ser eso… una perspectiva más entre muchas otras. Y lo curioso es que cuanto más “razonables” nos creemos, más ciegos podemos estar a lo que se escapa de nuestro ángulo.
La dirección importa menos que la intención: mucha gente va “de frente” pero sin saber a dónde, sin embargo, Nasrudín va “de espaldas” pero con claridad y sabiendo hacia dónde se dirige o qué hace. El cuento sugiere que la forma externa no garantiza la sabiduría interna, es decir, lo importante no es cómo se te ve o cómo te percibe el resto, sino cómo ves tú el mundo.
Actualmente vivimos en un mundo donde hay una idea muy fija de lo que significa “ir en la dirección correcta”: tener una carrera, terminarla a los veintipocos, tener pareja estable, casarte, tener hijos y una casa propia antes de los treinta —o al menos a una edad que tu entorno considere “razonable”.
Hay que tener metas claras, trabajo estable, un buen sueldo —a ser posible, uno mejor que el del vecino— para sentir que vas ganando, que tienes “éxito” en la vida. Un cuerpo tonificado, alineado con los estándares actuales, una vida ordenada, productiva. Una línea recta. Sin pausas. Sin desvíos. Como si todos tuviésemos que seguir el mismo mapa... aunque no todos hayamos elegido ese destino. Pero cada vida es un camino diferente. Cada persona tiene su ritmo, su historia, sus pausas, sus momentos de caos, de reconstrucción, de buscarse o simplemente de estar. No hay un único modo válido de avanzar. No existe un único modo correcto de vivir.
El cuento de Nasrudin montado al revés en su burro, nos recuerda justamente eso. Que a veces, cuando uno va "al revés", no es porque esté equivocado, sino porque está viendo desde otro ángulo. Porque quizá el problema no es cómo vas tú, sino el rumbo que todo el mundo da por hecho que hay que tomar, sin cuestionarlo. Nasrudin no se burla, señala con humor lo absurdo: ¿y si no soy yo el que va mal, sino el burro el que está al revés? ¿Y si estoy justo donde tengo que estar, aunque nadie lo entienda aún? No todos tenemos que mirar hacia donde mira la mayoría.
A veces, para ver de verdad, hay que atreverse a ir de espaldas hacia adelante.
—La Favorita



