Mushkil Gushá
- Sandra Verástegui
- 28 ago
- 6 Min. de lectura

Hay historias que no se leen. Que al escucharlas por primera vez, algo en ti las reconoce, como si ya hubieran estado ahí desde siempre, esperando el momento justo para florecer. Esta es una de ellas. Desde entonces, la llevo conmigo. Porque durante mucho tiempo, fui esa persona que buscaba sin saber exactamente el qué. Que quería más. Más éxito, más validación, más dinero, más cosas materiales. Todo lo que es del mundo y no del alma. Creía que eso era vivir bien. Lo que hacía, en realidad, era vaciarme y llenarme de ruido, de prisas, de metas que no eran mías. Hasta que entendí —y aún estoy entendiendo— que lo que verdaderamente llena, es invisible ante los ojos. Que a veces, lo más valioso se entrega en silencio, sin aplausos ni etiquetas. Se entrega desde lo profundo de nuestra alma.
Quienes me seguís por Instagram sabéis que de vez en cuando, algún jueves, aparece en mis historias un "feliz jueves de Mushkil Gushá". Muchas veces he dicho que algún día contaría esta historia entera... pero Instagram se queda corto para lo que quiero transmitir. Y ahora, este me parece el lugar perfecto para dejarlo escrito y abrir con él la sección "Alma" del blog. Ojalá os transmita y vibre con vosotros, de la misma forma que lo hizo conmigo. Ahí os va:
Había una vez un leñador que vivía con su hija en una pequeña casita al pie de unas montañas. Cada día subía a lo alto del bosque para cortar leña, ataba las ramas en haces y, tras desayunar con su hija, caminaba hasta el pueblo para venderlos. La vida era dura y las comidas eran siempre las mismas.
Una noche, la niña suspiró: — Padre, ojalá pudiéramos comer algo diferente de vez en cuando, algo más sabroso y abundante.
El hombre, conmovido, le respondió: — Mañana me levantaré antes que nunca. Cortaré más leña y la venderé por un buen precio. Te traeré la mejor comida que pueda encontrar.
Así lo hizo. Antes del amanecer ya estaba en las montañas. Trabajó sin descanso, hasta que su carga era tan grande que apenas podía con ella. Pero cuando regresó a casa, encontró la puerta cerrada. Su hija dormía profundamente y él, agotado, se recostó en el suelo y se quedó dormido junto a su haz de leña.
Al día siguiente la historia se repitió. Su hija, al levantarse, salió de casa y cerró con llave, pensando que su padre ya estaba en el pueblo. Cuando el leñador regresó con otra enorme carga de leña, tampoco pudo entrar. Exhausto, decidió volver a cortar más troncos para llevar una carga doble al mercado al día siguiente.
Así pasaron los días, entre hambre, cansancio y frío. Una madrugada, mientras tiritaba apoyado en su leña, escuchó una voz misteriosa que le decía: — Si tienes verdadera necesidad y te basta con lo justo, deja tu carga y sígueme.
El hombre, aunque desconcertado, obedeció. La voz lo guió por un camino que parecía no acabar, hasta que le indicó cerrar los ojos y subir una escalera invisible. Sintió peldaños bajo sus pies, uno tras otro, hasta que la voz le ordenó abrir los ojos. Entonces se encontró en un desierto repleto de piedras de colores.
— Llena tus bolsillos de todas las que puedas —le dijo la voz—. Luego regresa por donde has venido.
Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba frente a su casa. Su hija, sorprendida, lo abrazó. Compartieron los últimos dátiles secos que les quedaban y él le contó la extraña aventura. Pero, al día siguiente, descubrió que las “piedras” que había traído del desierto eran en realidad gemas preciosas.
Con ellas pudieron comprar comida, ropa y construir una casa hermosa. Y así comenzó una vida más cómoda. Sin embargo, pronto olvidaron algo importante: la voz les había pedido que cada jueves por la noche compartieran dátiles con los necesitados y contaran esta historia, para que nunca se olvidara.
El olvido tuvo consecuencias. La mala fortuna volvió cuando el rey, creyendo que el leñador y su hija habían robado a la princesa un collar valioso, los despojó de todo. El hombre fue encarcelado y su hija enviada a un orfanato. Pasó el tiempo, y un jueves por la tarde el leñador recordó lo que había olvidado.
Pidió a un hombre bondadoso que le comprara unos dátiles y se sentara con él a compartirlos. Entonces le relató la historia de Mushkil Gushá, el “Disipador de dificultades”. Aquella misma noche, los problemas del hombre caritativo desaparecieron. Y al día siguiente, la princesa encontró su collar en la rama de un árbol: lo había dejado allí olvidado.
El rey, avergonzado, liberó al leñador y le devolvió a su hija. La familia recuperó sus bienes y pudieron vivir tranquilos el resto de sus días.
Pero el cuento termina con un recordatorio:
Cada jueves por la noche, come dátiles, comparte con quien lo necesite y recuerda la historia de Mushkil Gusha. Si lo haces, nunca te faltará ayuda en los momentos difíciles.
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Esta historia es solo una de las muchas formas en que se cuenta la leyenda de Mushkil Gushá, “el que disipa las dificultades”. Se dice que su historia nunca termina y que, en algún lugar del mundo, siempre hay alguien contándola.
Me gustaría comentar con vosotros alguna de las interpretaciones personales sobre este maravilloso cuento. Porque si te detienes un momento a ir más allá de las palabras, encontrarás un mundo enriquecedor en ellas. Porque no, no es la leña, ni las piedras preciosas, ni el dátil. Es algo que trasciende más allá de todo lo material.
El deseo de la niña de comer “algo mejor” es humano, pero también nos recuerda una verdad incómoda: a menudo creemos que la felicidad está en lo que nos falta y no en lo que ya tenemos. La abundancia no siempre está en tener más, sino en aprender a ver lo suficiente. A veces ya somos “ricos” sin darnos cuenta, porque no hemos aprendido a valorar lo básico que nos sostiene.
El leñador se encuentra una y otra vez con la puerta cerrada de su casa, y aun así sigue adelante. Esto me recuerda que aunque queramos, no siempre recibiremos una respuesta inmediata a aquello que queremos o anhelamos. La perseverancia es seguir tocando puertas aunque parezca inútil, porque cada “no” puede estar preparando el terreno para un sí mucho mayor.
La voz que guía al leñador en la noche le pide algo difícil: confiar a ciegas. Subir una escalera que no ve, caminar hacia un lugar desconocido. Hay un plan más grande que no depende de nosotros. A veces nos empeñamos en fabricar nuestros propios caminos, pero Dios —la vida, el universo, el nombre que resuene contigo— tiene rutas que solo se revelan cuando sueltas el control. Cuando dejas de luchar contra lo que no puedes cambiar y te abres a caminos que ni siquiera sabías que existían. La fe no es solo esperar un milagro, es caminar aun cuando el suelo parece no estar bajo tus pies, confiando en que cada paso tiene sentido aunque todavía no lo entiendas.
El leñador recoge piedras comunes, sin sospechar que son valiosas. La verdadera riqueza no suele llegar envuelta en brillo o en grandes lujos. Está en los gestos pequeños, en las relaciones auténticas, en la calma de lo sencillo. En lo que me gusta llamar "vida lenta". Solo quien sabe estar presente, agradecer y no despreciar lo humilde puede descubrir que, en realidad, ya está rodeado de una riqueza inmensa.
Cuando el leñador comenzó a vivir en la abundancia, olvidó compartir, agradecer y mantener viva la historia de Mushkil Gushá, y la vida volvió a ponerle pruebas. Más tarde, preso y sin nada, al volver a contar la historia y compartir sus dátiles con otro hombre, todo cambió. La verdadera abundancia se sostiene en la gratitud diaria y en dar incluso cuando apenas tenemos nada; vaciarse por otro abre espacio para que la vida vuelva a llenarte.
Esta es mi interpretación, la manera en que esta historia ha resonado en mí. Y fue precisamente por su mensaje que decidí subir entradas cada jueves. Porque ese dátil que aparece en el cuento no es solo un fruto, es un símbolo: de entrega, de escucha, de cuidado. Cada jueves, desde este rincón que llamo La Favorita, quiero compartirte uno. Un dátil en forma de palabra, de reflexión, de historia, de conocimiento. Algo que nos invite, aunque sea por unos minutos, a parar, mirar hacia dentro y recordar qué es lo importante.
Si al leerlo te ha transmitido alguna otra enseñanza, puedes escribirme a través del formulario de contacto o mandarme un mensaje por redes sociales; me hará mucha ilusión saber que ese dátil, de algún modo, llegó.
Feliz jueves de Mushkil Gushá.
- La Favorita.





